Bajo el titilante resplandor que emitía el tubo de luz, el cual hacía un ruido parecido a un molesto zumbido desde que se prendía hasta que se apagaba (Supongo que se deberá a la antigüedad del balastro). En una habitación llena del olor a tabaco y libros viejos, se encontraba un hombre inmerso en sus pensamientos. Mismos, que lo llevaron a la siguiente conclusión:
Cada vez que él, o algún otro devoto buscador de la verdad, lograban descifrar el significado de un símbolo masónico o de la liturgia de un grado, un aire de soberbia y satisfacción se apoderaba de ellos, creyéndose portadores de «La Verdad», o incluso peor, de “La verdad absoluta”.
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